En 1993 se vendió un cupón dedicado al tejo, ejemplar perteneciente a la colección de Flora Silvestre Ibérica (muy completa, por cierto). Con un diseño poco común aún en 1993 (los cupones fotográficos, aunque empezaron a verse en 1986, no eran muchos en el primer lustro de la década de los 90), se mostraba el fruto carnoso (y muy venenoso tal como explica el propio cupón) de esta planta, la cual da nombre a la especie.
Los romanos llamaron Taxus al tejo por la disposición de las hojas en forma de hilera (taxis=hilera en latín). Lo de Baccata viene por el arilo rojo (bacca=baya), que envuelve la semilla, muy similar a una baya.
El tejo puede alcanzar una altura considerable, de hasta unos 20 metros, aunque lo normal es que no sobrepase una altura de más de 2 a pesar de lo tupida que suele ser su copa y la resistencia que suele presentar su madera.
Es una especie de montaña (en áreas de más de 2000 metros de altura sobre todo en el sur peninsular) y de zonas frescas, y su población se ha visto seriamente mermada en nuestro país, donde se ha visto reducida y se presenta de forma bastante aislada. Es por ello que está protegido por las legislaciones de España, Portugal y Andorra.
Además, se encuentra en buena parte de Europa central y norte, oeste de Asia y norte de África.
La razón de la toxicidad de su fruto se debe a la taxina, un alcaloide que actúa sobre el sistema nervioso dando lugar a convulsiones, hipotensión, depresión cardíaca, y finalmente la muerte, quizás por ello, en algunos lugares, se le ha considerado sagrados, enigmáticos o relacionados con la muerte.
Como anécdota, cabe decir que Cativolco, rey de los Eburones, se suicidó con zumo de tejo antes de caer en manos de Julio César.
Últimamente, según cuentan, se han encontrado en este fruto propiedades anticancerígenas, llegándose a sintetizar un principio activo llamado taxol, usado para la lucha contra ciertos tumores.
Hileras de antiquísimos tejos, podados formando raros dibujos, lo ceñían todo alrededor. […] He dicho ya que el jardín se hallaba todo él rodeado de un adorno de tejos».
‘El Valle del Terror. La tragedia de Birlstone’, Arthur Conan Doyle
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